LEĺDO EN [Henciclo] interruptor LAS REGLAS Y EL JUEGO Solo la antropofagia nos une Aldo Mazzucchelli



Luis Suárez y la descontrolada metonimia inglesa entre deporte y vida real



La historia se repite: hemos sido declarados salvajes de nuevo. La sanción a Luis Suárez ha sido tan grosera, y la grosería tan globalmente visible, que tambalean los frenos de la hipocresía civilizatoria. ¿Fuera de la Copa del Mundo y cuatro meses en “confinamiento solitario” por una mordidita? OK. Hablemos entonces de lo que hay que hablar, de lo que siempre está abajo de la nauseabunda política del fútbol. Hablemos de eso que la FIFA y la Football Association inglesa ocultan, comiendo con la boquita cerrada. Ya se sabe que el salvaje no respeta los códigos de la hipocresía civilizatoria. Y si alguien viene a disciplinarlo, se lo come.


Empecemos por el principio: los ingleses no inventaron el fútbol. El fútbol lo inventaron los italianos, que por ser una cultura mucho más antigua que la inglesa, ya ha aprendido a jugar, carnavalescamente y con una sonrisa de oreja a oreja, aunque a veces te operen a cielo abierto en el área penal. Los ingleses no inventaron el fútbol, pero sí han inventado las reglas del fútbol. En efecto, los ingleses parecen mejores para inventar reglas de juego que para jugar dentro de ellas —basta mirar la Premier League para constatarlo, donde los que juegan con algún arte son casi todos extranjeros. Los ingleses son mejores en la erección escrita de éticas que en la expansión de la vida. Y sospecho que eso tiene algo que ver con el hecho de que, cultura relativamente joven en su momento de apogeo imperialista, los ingleses unieron la novel reglamentación del fútbol que alcanzaron a mediados del siglo XIX con su autoasignada empresa civilizatoria, y no tuvieron la antigüedad y la sabiduría suficiente como para no tomárselo mortalmente en serio. Desde el principio, para los ingleses el fútbol fue una herramienta de moralización y educación del buen salvaje. Al no tan bueno lo disciplinarían a fuego y fierro, o se darían por vencidos y, desesperados y desengañados, lo declararían irreductible y curioso ente nativo, destinado a ser catalogable por Herbert Spencer o algún otro de sus incesantes antropólogos y exploradores. Al fútbol lo han entendido así desde el principio, y por lo que se ve, no pueden evitar seguir entendiéndolo igual. Siguen queriendo usarlo para pasar mensajes morales y civilizatorios al salvaje. Pero el salvaje se les va por la punta, y los clava. Y eso, no lo llevan bien. Basta mirar los tabloids.

Hay que admitir que los ingleses no le hicieron a nadie lo que no se hicieran primero a sí mismos. Así, Inglaterra usó el fútbol primero para disciplinar a su clase alta y templarla en sus colleges (Eton, Oxford, son las cunas del football). Ahí desarrolló esa compleja forma de la hipocresía civilizatoria que está resumida en el término sportmanship. El fair play es, hoy, la herencia bañada en Coca Cola y marketing espectacular global de aquella moralina isleña. La discusión interna que llevó a las reglas del football incluyó por entonces un capítulo polémico, que mostró que había quienes defendían que patear al rival por debajo de la rodilla era parte del juego y debía ser admitido en las reglas. Aquella tendencia fue derrotada, pero su espíritu se coló subrepticiamente en la ética del juego tal como los ingleses lo entienden. Hoy vemos que para ellos patear (o golpear físicamente, en general) es admisible, incluso a menudo admirable. Eso sí, no aceptan ningún engaño.


Ellos quieren jugar al fútbol, pero sin que nadie engañe a nadie. Así entienden el juego (en lugar de jugarlo, lo entienden). No es curioso que cuando Uruguay tuvo que ir a jugarles el partido inaugural del Mundial 1966 Ondino Viera, el técnico uruguayo, advirtiese a sus muchachos: “cuando vean un inglés, amaguen. Siempre siguen de largo. Uruguay tuvo la pelota todo ese partido, de acá para allá, y sacó el empate que había ido a buscar.

Ahora bien, los italianos, francamente, nunca compraron eso que los ingleses repartían por los siete mares, junto a sus productos manufacturados, sus banqueros y sus demás morondangas. Los italianos juegan calcio desde varios siglos antes que los ingleses, y no han tenido nada que aprender de los ingleses nunca en fútbol ni en ninguna otra cosa, porque ellos las habían inventado todas antes
—grandes ciudades, ironía, calcio e imperialismo, entre muchas otras—, y bastante mejor. De modo que simplemente decidieron aceptar las reglas inglesas como quien se toma una molestia menor. Para ser francos, nunca las respetaron demasiado, y que se los acuse de jugar “feo” y ser defensivos les ha importado siempre un bledo. Dentro de las reglas, o más o menos, tienen cuatro mundiales de verdad. Los ingleses uno, y falsificado.



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